Lo que vimos la semana pasada es más que una crisis
de gobierno: es el retrato de un poder acorralado, incapaz de dar explicaciones
y refugiado en un coro de guacamayos televisivos que repiten libretos mal
escritos. Pasaron siete días de un mutismo vergonzoso, roto apenas por
Guillermo Francos con una frase que debería haber hecho temblar la Casa Rosada:
“No pongo las manos en el fuego por ningún funcionario”. Si eso dice el
jefe de Gabinete, ¿qué queda para el resto?
El Presidente tardó en hablar, y cuando lo hizo,
bajando los lentes para improvisar, eligió la chicana barata: “Les afanamos
el choreo”. El país incendiado, los audios revelando cómo se manoteaban los
fondos destinados a personas con discapacidad, y Milei, en lugar de dar
explicaciones, se ríe nervioso y lanza frases que ni en un bar de madrugada.
Ese es el nivel del “tipo más transparente de la historia de la humanidad”.
Mientras tanto, la maquinaria oficialista se
desnuda: guacamayos de distinto plumaje que, en cadena, anticipan discursos,
justifican lapsus, inventan encuestas y se contradicen entre ellos con total
desparpajo. La comunicación del gobierno ya no es propaganda: es para-explicación
en vivo y en directo, un grotesco digno de Martín Fierro a la farsa.
Y cuando hablan los Menem, la cosa empeora. Ponen
las manos en el fuego por Karina, niegan vínculos con droguerías de Nordelta y,
de paso, se ofenden porque alguien “manosea el apellido”. Lo que no niegan son
los negocios, los retornos y la interna feroz que estalla en cada audio. La
Zarina convertida en dueña del kiosco, Lule como cobrador de favores y
Spagnuolo disparando munición gruesa contra todos.
El oficialismo intenta apagar el incendio con
censura previa, con jueces denunciados por acoso y con abogados reciclados de
las cloacas macristas. Pero los audios siguen apareciendo y lo que revelan es
peor: que los enemigos de Milei no están en Rusia, ni en Venezuela, ni en la
AFA. Están en su propia mesa chica.
El resultado es un gobierno paralizado, enredado en
sus propias miserias, que confunde liderazgo con histeria y transparencia con
gritos. Y un Presidente que en lugar de gobernar, improvisa rutinas de stand up
mientras la corrupción, la interna y la torpeza se le escapan por todos los
costados.
No es el kirchnerismo ni el “complot extranjero” lo
que amenaza a Milei: es el Milei real, desnudo, desbordado y rodeado de
parientes que creen que la Argentina es un botín familiar.
Y eso, aunque bajen los lentes y quieran taparlo
con guacamayos, ya quedó grabado.