De la Redacción: Por Julio Rodriguez
Cada elección en
Corrientes no es solo un acto democrático. Es también una radiografía social.
Una forma de mirar hacia adentro y preguntarnos: ¿por qué votamos lo que
votamos? ¿Qué mueve hoy al votante correntino? ¿Qué busca, qué teme, qué
espera?
En esta tierra de
esteros, mandatos largos y nombres repetidos, el voto suele estar atravesado
por una mezcla de emociones, urgencias y resignaciones. No siempre es un
ejercicio de libertad. Muchas veces es una estrategia de supervivencia.
Para miles de
correntinos, el voto no se construye desde un debate ideológico, sino desde una
relación directa con el poder más cercano: aquel que resuelve
el trámite, consigue la beca o abre la puerta del hospital. Esa lógica
cotidiana convierte al acto electoral en una especie de retribución
personal, más que en una evaluación colectiva del rumbo provincial.
Es el voto
pragmático: se elige al que “ayuda”, al que “responde”, al que “está”.
No importa si la gestión fue buena o mala, sino si hubo presencia. No se exige
visión, se premia la atención.
No se puede
analizar el voto sin mirar la fragilidad del sistema educativo,
que deja enormes vacíos en la formación cívica. Hay generaciones enteras que votan
sin entender del todo qué roles tiene un intendente, un legislador o un
gobernador. No por desinterés, sino porque nunca se lo enseñaron.
Y sin comprensión
de los derechos, la política se vuelve ajena o peligrosa. Así, el voto se
convierte en un gesto automático, o peor, condicionado por favores o amenazas
veladas.
El voto
adulto suele estar anclado en la memoria. Es conservador por
naturaleza. En cambio, el voto joven se mueve en otro terreno:
es más volátil, más emocional, más digital. A diferencia de sus padres, los
jóvenes no se informan por el diario, sino por un posteo viral, un video en
TikTok o un estado de WhatsApp.
Sin embargo, no
todo es superficialidad. Hay sectores juveniles con fuerte compromiso
ambiental, social o educativo, que piden pistas claras y lenguaje nuevo. El
problema es que muchas veces no encuentran respuestas ni canales dentro del
sistema político.
La publicidad
política tradicional pierde fuerza frente a la velocidad de las redes.
El mensaje que más impacta no siempre es el más profundo, sino el más creativo
o el más escandaloso. El riesgo: que la política se vuelva una
competencia de slogans y efectos visuales, en lugar de un espacio de
construcción colectiva.
En ese escenario,
la verdad se diluye. La post-política digital transforma al
ciudadano en espectador, y al voto en reacción.
No hay apatía, hay
hartazgo. Muchos votantes están cansados de promesas rotas, de
obras eternas que no terminan, de discursos huecos que no se traducen en vida
digna. Se vota porque hay que votar. Se elige entre lo conocido, lo menos malo
o lo que “quizás esta vez cumpla”.
Pero también hay
una chispa subterránea que crece: vecinos que reclaman,
jóvenes que preguntan, docentes que explican, periodistas que indagan. El
desafío es que esa energía no se frustre ni se diluya.
El votante
correntino no es apático ni ignorante. Es un ciudadano complejo, atravesado por
la historia, la pobreza estructural, la falta de oportunidades y también por el
deseo de vivir mejor. Vota con el corazón, con la panza y con la memoria.
Y aunque el
presente parezca estancado, el cambio empieza a insinuarse. No en las boletas,
sino en la conciencia. Porque votar también es una forma de decir quiénes somos
y qué futuro estamos dispuestos a construir.
Por Julio Rodriguez Con más de medio millón de hectáreas forestadas, Corrientes encabeza el ranking nacional en plantaciones de eucaliptos y pinos. Pero el modelo forestal, vendido como “sustentable”, comienza a mostrar su lado más oscuro: suelos agotados, acuíferos en retroceso, comunidades desplazadas y una concentración de riqueza que poco derrama.
Lejos de ser un fracaso, la llamada “guerra contra las drogas” fue una estrategia geopolítica que convirtió al narcotráfico en uno de los negocios más rentables del mundo. Mientras las narcoseries romantizan capos y carteles, las estructuras criminales se entrelazan con el poder económico y político global, desde Rosario hasta Dubái, dejando una estela de muerte, corrupción y silencio. Las armas vienen del norte, los muertos se apilan en el sur.
Redacción Y.C.C. Editorial periodística Julio Rodriguez