Lejos de ser un fracaso, la llamada “guerra contra las drogas” fue una estrategia geopolítica que convirtió al narcotráfico en uno de los negocios más rentables del mundo. Mientras las narcoseries romantizan capos y carteles, las estructuras criminales se entrelazan con el poder económico y político global, desde Rosario hasta Dubái, dejando una estela de muerte, corrupción y silencio. Las armas vienen del norte, los muertos se apilan en el sur.
La “guerra contra las drogas” no fracasó. En
realidad, nunca tuvo como objetivo erradicarlas. Fue, y sigue siendo, una
apuesta estratégica para convertir el tráfico de estupefacientes en un
engranaje esencial del capitalismo contemporáneo. Las organizaciones criminales
conviven con estructuras legales, bancos, financieras, estudios contables y
despachos de abogados que lavan y reinvierten sus ganancias.
Mientras Hollywood y las plataformas de streaming
glorifican figuras como Pablo Escobar o el Chapo Guzmán, se edulcora una
realidad que en Latinoamérica se traduce en sangre: periodistas asesinados,
fiscales ejecutados, comunidades enteras bajo fuego cruzado, y un tejido social
erosionado. Rosario, el Tigre, el Tren de Aragua, el PCC, los Monos: nombres
que se repiten en el mapa narco regional.
El fenómeno no es local. Desde las rutas de la
cocaína sudamericana hasta los rascacielos de Dubái —convertido en epicentro
del “supercartel” global— las operaciones del narcotráfico involucran redes
transnacionales que incluyen a mafias europeas, clanes árabes y centros
financieros off-shore. Allí, lejos del ruido de las balas, se consolidan los
beneficios de esta economía ilícita.
Según la ONU, Estados Unidos lidera el consumo mundial
de drogas, pero en sus películas, los narcos siempre tienen acento latino. Al
mismo tiempo, es el mayor exportador global de armas, muchas de las cuales
terminan disparadas en las villas de Buenos Aires, los barrios de Medellín o
los cerros de Río de Janeiro.
La DEA hace operativos, captura algún rostro
latino, y se firma un nuevo titular. Mientras tanto, la maquinaria sigue
girando, aceitándose con sangre y dólares. Las cifras de muertes, decomisos e
incautaciones son apenas los síntomas visibles de un sistema que —como bien
advirtió el presidente colombiano Gustavo Petro— amenaza a las democracias de
toda América Latina.
El tráfico de armas, la expansión de drogas
sintéticas como el captagon en Medio Oriente, y la utilización de puertos
sudamericanos como Montevideo o Guayaquil, muestran que el narcotráfico no es
un fenómeno marginal, sino parte integral de la globalización.
El drama no es solo que las drogas maten, sino que
lo hagan al ritmo que marcan los centros de poder mundial. Y que mientras los cadáveres
se entierran en el sur, las ganancias se esconden en cuentas del norte.
De la Redacción: Por Julio Rodriguez
Por Julio Rodriguez Con más de medio millón de hectáreas forestadas, Corrientes encabeza el ranking nacional en plantaciones de eucaliptos y pinos. Pero el modelo forestal, vendido como “sustentable”, comienza a mostrar su lado más oscuro: suelos agotados, acuíferos en retroceso, comunidades desplazadas y una concentración de riqueza que poco derrama.
Redacción Y.C.C. Editorial periodística Julio Rodriguez