Editorial: Eucaliptus en Corrientes: monocultivo, agua ausente y promesas rotas

23/07/2025
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Por Julio Rodriguez Con más de medio millón de hectáreas forestadas, Corrientes encabeza el ranking nacional en plantaciones de eucaliptos y pinos. Pero el modelo forestal, vendido como “sustentable”, comienza a mostrar su lado más oscuro: suelos agotados, acuíferos en retroceso, comunidades desplazadas y una concentración de riqueza que poco derrama.

El agua que se lleva el progreso

Corrientes cuenta con unas 516.700 hectáreas forestadas, de las cuales el 30% corresponde a eucaliptos, es decir, más de 161.000 hectáreas, según datos oficiales y publicaciones técnicas.

Aunque se promociona como un cultivo de rápida rotación y alto rendimiento, el eucaliptus es también uno de los árboles con mayor consumo hídrico: entre 20 y 40 litros de agua por árbol al día, lo que puede implicar más de 200.000 litros diarios por hectárea (FAO, Acción Ecológica, Gobierno de Argentina).

En una provincia como Corrientes, donde los esteros, bañados y nacientes hídricas son parte fundamental del equilibrio ecológico, este consumo masivo se traduce en descenso de niveles freáticos, sequías localizadas, pérdida de humedales y afectación directa a la biodiversidad acuática y terrestre.

Estudios recientes muestran que este tipo de plantaciones puede reducir el reabastecimiento de acuíferos en hasta 70 mm por año, alterando profundamente los ciclos naturales del agua.

El monocultivo que borra identidad

Lejos de ser un fenómeno aislado, el avance del eucaliptus en Corrientes se suma al patrón regional que sustituye monte nativo y pastizales por monocultivo forestal, dejando atrás una tierra cada vez más degradada, fragmentada y homogénea.

En las lomadas arenosas del centro-sur provincial, donde antes se asentaban sistemas agroecológicos mixtos y monte chaqueño húmedo, ahora se extienden filas de árboles clonados en geometría perfecta. Tierra fértil que antes alimentaba comunidades, hoy alimenta calderas y planillas de exportación.

El impacto no es solo ambiental: territorios campesinos y comunidades indígenas han sido desplazados por la expansión forestal, muchas veces sin consulta previa ni compensación efectiva. El modelo avanza sobre los que menos tienen, en nombre de un desarrollo que nunca llega.

¿Desarrollo o cuenta de papel?

El argumento del empleo y la inversión es el caballito de batalla del sector forestal. Pero los números cuentan otra historia: la actividad genera pocos puestos de trabajo por hectárea, altamente mecanizados, y los beneficios se concentran en un puñado de grandes empresas.

Detrás de este modelo está la Ley 25.080, que desde hace más de dos décadas subsidia la forestación con exenciones impositivas y aportes no reintegrables. En Corrientes se llegó a proyectar un crecimiento de 516.000 a 2 millones de hectáreas forestadas para 2025, un plan ambicioso… pero profundamente desequilibrado.

Y mientras tanto, la pobreza estructural persiste, los servicios no llegan a las zonas rurales y el acceso al agua —el bien más básico— se vuelve cada vez más incierto.

Urge un cambio de paradigma

El problema no es el eucaliptus. Es el modelo de monocultivo a gran escala, sin planificación socioambiental, sin evaluación real de impacto, sin participación ciudadana. El Estado debe tomar cartas urgentes:

  • Regular la ubicación de las plantaciones según cuencas hídricas.
  • Proteger zonas de monte nativo, humedales y áreas campesinas.
  • Fomentar modelos mixtos y diversos: agroforestería, cultivos locales, producción agroecológica.
  • Dejar de premiar con subsidios a quienes comprometen el futuro hídrico de la región.

Corrientes puede elegir. Puede seguir siendo la plataforma de negocio de un puñado de empresas forestales, o puede apostar por un desarrollo que respete el equilibrio ambiental y la justicia social.

El llamado “desierto verde” no es una metáfora: es una realidad que avanza sigilosamente. No se ve en los mapas, pero sí en los arroyos secos, en los suelos agrietados, en los pueblos empobrecidos y en las comunidades desplazadas.

Y la verdadera pregunta, como siempre, es política:

¿Seguiremos subsidiando un modelo que seca el futuro… o empezaremos, al fin, a sembrar alternativas que lo fecunden?



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