Por Julio Rodriguez Con más de medio millón de hectáreas forestadas, Corrientes encabeza el ranking nacional en plantaciones de eucaliptos y pinos. Pero el modelo forestal, vendido como “sustentable”, comienza a mostrar su lado más oscuro: suelos agotados, acuíferos en retroceso, comunidades desplazadas y una concentración de riqueza que poco derrama.
El agua que se lleva el progreso
Corrientes cuenta con unas 516.700 hectáreas
forestadas, de las cuales el 30% corresponde a eucaliptos, es decir,
más de 161.000 hectáreas, según datos oficiales y publicaciones técnicas.
Aunque se promociona como un cultivo de rápida
rotación y alto rendimiento, el eucaliptus es también uno de los árboles con mayor
consumo hídrico: entre 20 y 40 litros de agua por árbol al día, lo
que puede implicar más de 200.000 litros diarios por hectárea (FAO,
Acción Ecológica, Gobierno de Argentina).
En una provincia como Corrientes, donde los
esteros, bañados y nacientes hídricas son parte fundamental del equilibrio
ecológico, este consumo masivo se traduce en descenso de niveles freáticos,
sequías localizadas, pérdida de humedales y afectación directa a la
biodiversidad acuática y terrestre.
Estudios recientes muestran que este tipo de
plantaciones puede reducir el reabastecimiento de acuíferos en hasta 70 mm
por año, alterando profundamente los ciclos naturales del agua.
El monocultivo que borra
identidad
Lejos de ser un fenómeno aislado, el avance del
eucaliptus en Corrientes se suma al patrón regional que sustituye monte
nativo y pastizales por monocultivo forestal, dejando atrás una tierra cada
vez más degradada, fragmentada y homogénea.
En las lomadas arenosas del centro-sur provincial,
donde antes se asentaban sistemas agroecológicos mixtos y monte chaqueño húmedo,
ahora se extienden filas de árboles clonados en geometría perfecta. Tierra
fértil que antes alimentaba comunidades, hoy alimenta calderas y planillas
de exportación.
El impacto no es solo ambiental: territorios
campesinos y comunidades indígenas han sido desplazados por la expansión
forestal, muchas veces sin consulta previa ni compensación efectiva. El modelo avanza sobre los que menos tienen, en nombre de
un desarrollo que nunca llega.
¿Desarrollo o cuenta de papel?
El
argumento del empleo y la inversión es el caballito de batalla del sector
forestal. Pero los números cuentan otra historia: la actividad genera pocos
puestos de trabajo por hectárea, altamente mecanizados, y los beneficios se
concentran en un puñado de grandes empresas.
Detrás de
este modelo está la Ley 25.080, que desde hace más de dos décadas subsidia
la forestación con exenciones impositivas y aportes no reintegrables. En
Corrientes se llegó a proyectar un crecimiento de 516.000 a 2 millones de
hectáreas forestadas para 2025, un plan ambicioso… pero profundamente
desequilibrado.
Y
mientras tanto, la pobreza estructural persiste, los servicios no llegan
a las zonas rurales y el acceso al agua —el bien más básico— se vuelve cada
vez más incierto.
Urge un cambio de paradigma
El problema no es el eucaliptus. Es el modelo de
monocultivo a gran escala, sin planificación socioambiental, sin evaluación
real de impacto, sin participación ciudadana. El Estado debe tomar cartas
urgentes:
Corrientes puede elegir. Puede seguir siendo la
plataforma de negocio de un puñado de empresas forestales, o puede apostar
por un desarrollo que respete el equilibrio ambiental y la justicia social.
El llamado “desierto verde” no es una metáfora: es
una realidad que avanza sigilosamente. No se ve en los mapas, pero sí en los
arroyos secos, en los suelos agrietados, en los pueblos empobrecidos y en las
comunidades desplazadas.
Y la verdadera pregunta, como siempre, es política:
¿Seguiremos subsidiando un modelo que seca el
futuro… o empezaremos, al fin, a sembrar alternativas que lo fecunden?
De la Redacción: Por Julio Rodriguez
Lejos de ser un fracaso, la llamada “guerra contra las drogas” fue una estrategia geopolítica que convirtió al narcotráfico en uno de los negocios más rentables del mundo. Mientras las narcoseries romantizan capos y carteles, las estructuras criminales se entrelazan con el poder económico y político global, desde Rosario hasta Dubái, dejando una estela de muerte, corrupción y silencio. Las armas vienen del norte, los muertos se apilan en el sur.
Redacción Y.C.C. Editorial periodística Julio Rodriguez