Editorial: La democracia secuestrada: entre la teoría y la realidad

22/02/2025
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Redacción Y.C.C. Editorial periodística Julio Rodriguez

La democracia, en su esencia, es un ideal basado en la soberanía popular y la representación ciudadana. En la teoría, los pueblos eligen a sus gobernantes, quienes toman decisiones en función del bien común. Sin embargo, la práctica demuestra que, en muchos casos, la política funciona como una cadena de mandos donde las decisiones no emanan del pueblo, sino de una elite que concentra el poder y los recursos.

Uno de los principales problemas es la concentración del poder. Aunque las elecciones legitiman a los representantes, las decisiones cruciales suelen estar en manos de un reducido grupo de líderes que controlan las agendas y los recursos. Esta estructura vertical debilita la participación ciudadana y restringe el debate político a las esferas más altas del poder.

A esto se suman las presiones económicas y políticas. Los gobiernos dependen del financiamiento y del apoyo de sectores de poder, como corporaciones, sindicatos y organismos internacionales. Esta dependencia reduce su margen de maniobra y condiciona sus políticas, alejándolos de las verdaderas necesidades de la población.

La disciplina partidaria también refuerza esta estructura jerárquica. Los legisladores, en lugar de actuar con independencia, se ven obligados a seguir las directrices de sus líderes, bajo la amenaza de perder respaldo político o el acceso a cargos clave. Esto convierte al Congreso en un espacio donde las decisiones ya están predeterminadas, dejando poco lugar para el debate real.

La dependencia de recursos es otro factor determinante. Sin un presupuesto aprobado o con un alto grado de centralización en el Ejecutivo, los gobernadores y legisladores deben alinearse con quienes manejan los fondos. De este modo, el poder se convierte en una herramienta de negociación y presión, consolidando un sistema en el que las provincias y los municipios quedan subordinados a la voluntad del gobierno central.

Finalmente, las redes de influencia y lealtades contribuyen a la opacidad del sistema. Muchos políticos no responden directamente a la ciudadanía, sino a una estructura de favores, alianzas y presiones internas que condicionan su accionar. Así, el interés público queda relegado frente a intereses particulares y sectoriales.

En definitiva, aunque formalmente vivimos en una democracia, en la práctica el poder se ejerce a través de una estructura vertical donde las decisiones se imponen desde la cúpula hacia abajo. La gran pregunta es: ¿cómo podemos recuperar una democracia real, donde el poder vuelva a estar verdaderamente en manos del pueblo?



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