Redacción Y.C.C. Editorial periodística Julio Rodriguez
La democracia, en su esencia, es un
ideal basado en la soberanía popular y la representación ciudadana. En la
teoría, los pueblos eligen a sus gobernantes, quienes toman decisiones en
función del bien común. Sin embargo, la práctica demuestra que, en muchos
casos, la política funciona como una cadena de mandos donde las decisiones no
emanan del pueblo, sino de una elite que concentra el poder y los recursos.
Uno de los principales problemas es
la concentración del poder. Aunque
las elecciones legitiman a los representantes, las decisiones cruciales suelen
estar en manos de un reducido grupo de líderes que controlan las agendas y los
recursos. Esta estructura vertical debilita la participación ciudadana y
restringe el debate político a las esferas más altas del poder.
A esto se suman las presiones económicas y políticas. Los
gobiernos dependen del financiamiento y del apoyo de sectores de poder, como
corporaciones, sindicatos y organismos internacionales. Esta dependencia reduce
su margen de maniobra y condiciona sus políticas, alejándolos de las verdaderas
necesidades de la población.
La disciplina partidaria también refuerza esta estructura jerárquica.
Los legisladores, en lugar de actuar con independencia, se ven obligados a
seguir las directrices de sus líderes, bajo la amenaza de perder respaldo
político o el acceso a cargos clave. Esto convierte al Congreso en un espacio
donde las decisiones ya están predeterminadas, dejando poco lugar para el
debate real.
La dependencia de recursos es otro factor determinante. Sin un
presupuesto aprobado o con un alto grado de centralización en el Ejecutivo, los
gobernadores y legisladores deben alinearse con quienes manejan los fondos. De
este modo, el poder se convierte en una herramienta de negociación y presión,
consolidando un sistema en el que las provincias y los municipios quedan
subordinados a la voluntad del gobierno central.
Finalmente, las redes de influencia y lealtades contribuyen a la opacidad del
sistema. Muchos políticos no responden directamente a la ciudadanía, sino a una
estructura de favores, alianzas y presiones internas que condicionan su
accionar. Así, el interés público queda relegado frente a intereses
particulares y sectoriales.
En definitiva, aunque formalmente
vivimos en una democracia, en la práctica el poder se ejerce a través de una
estructura vertical donde las decisiones se imponen desde la cúpula hacia
abajo. La gran pregunta es: ¿cómo podemos recuperar una democracia real, donde
el poder vuelva a estar verdaderamente en manos del pueblo?
De la Redacción: Por Julio Rodriguez
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