San Narciso de
Jerusalén fue uno de los primeros obispos de la Iglesia en Tierra Santa,
reconocido por su vida de oración, humildad y entrega. Nació a mediados del
siglo II y asumió el liderazgo de la diócesis de Jerusalén en tiempos difíciles
para los cristianos, cuando las persecuciones y divisiones internas amenazaban
la fe del pueblo.
Durante su
ministerio, promovió la unidad de la Iglesia, alentó la vida sacramental y fue
conocido por su espíritu conciliador. La tradición cristiana le atribuye varios
milagros, entre ellos el haber transformado agua en aceite durante la
celebración de la Vigilia Pascual, signo de la providencia divina en medio de
la escasez.
San Narciso vivió
más de 100 años, retirándose en oración y soledad antes de su muerte. Su vida
es recordada como ejemplo de paciencia, fortaleza espiritual y fidelidad a
Dios.
En todo el mundo,
las celebraciones litúrgicas de hoy invitan a los fieles a renovar su fe y su
compromiso con el servicio, siguiendo el legado de este pastor que marcó los
orígenes de la Iglesia en Jerusalén.





