Desde el Rodrigazo hasta el actual “Plan Quirno”, la Argentina transitó un camino que debilitó al crédito productivo y concentró el sistema financiero. Hoy, la deuda interna y externa condiciona el futuro económico del país.
La historia
económica argentina registra un punto de quiebre con el Rodrigazo de 1975,
cuando la devaluación del 160% y el estallido inflacionario consolidaron al
dólar como refugio de valor. Antes de ese episodio, el sistema financiero,
regulado por el Banco Central, cumplía un rol clave en canalizar el ahorro
hacia créditos para la producción, el consumo y la vivienda.
En 1974, existían 823 entidades financieras —muchas
cooperativas y cajas de crédito— y los préstamos al sector privado
representaban el 43,5% del PIB. Esa estructura comenzó a desmantelarse con la
Ley de Entidades Financieras de 1977, impulsada por la dictadura militar, que
liberalizó las tasas de interés y permitió que los bancos orientaran los
depósitos hacia actividades de mayor rentabilidad inmediata, muchas veces
vinculadas a la especulación y la fuga de divisas.
Casi medio siglo después, el sistema es más
concentrado que nunca: nueve bancos privados y el Banco Nación concentran el
70% de los depósitos, pero el crédito al sector privado apenas alcanza el 11%
del PIB. Gran parte de esos fondos se destinan a financiar deuda pública, no a
la economía real.
Mientras tanto, el gobierno de Javier Milei incrementa
la colocación de títulos para cubrir un gasto que ya no puede seguir ajustando
sin colapsar servicios. La deuda en pesos ronda los 465.000 millones de dólares
equivalentes, con vencimientos concentrados en los próximos meses y tasas de
hasta el 65% anual, muy por encima de la inflación proyectada.
El “Plan Quirno”, diseñado para llegar a las
elecciones de octubre, combina intervenciones cambiarias, emisión de deuda en
dólares y uso de activos estatales como garantía. Para economistas críticos, es
un esquema que repite un patrón histórico: endeudarse a corto plazo, privatizar
activos públicos y comprometer recursos estratégicos para pagar obligaciones
que nunca fueron auditadas.
En este contexto, advierten que el costo político y
social de este modelo se hará sentir más allá del calendario electoral, con un
país que sigue hipotecando su capacidad productiva en favor del capital
financiero.
Tras la volatilidad monetaria, el Gobierno logró absorber pesos con bonos y encajes, pero el mercado duda de la estabilidad de tasas y tipo de cambio en la previa a los comicios de septiembre y octubre.
Pese a los millonarios desembolsos del FMI y el Banco Mundial, la gestión de Milei enfrenta una crítica falta de divisas para afrontar los vencimientos de deuda. Mientras el ajuste impacta en salarios, jubilaciones y obra pública, la economía real se deteriora y se agigantan las presiones sobre el tipo de cambio y la inflación.
El economista advirtió que el Gobierno de Milei deberá reordenar su programa después de octubre, reconociendo que el actual modelo de “licuadora” no alcanza la sostenibilidad a mediano plazo y vaticinó un nuevo salto del dólar.
La automotriz sueca paralizará su planta de Colombres de manera intermitente durante 40 días. Desde SMATA advierten por la pérdida de empleos y la falta de políticas para proteger a la industria nacional frente a una economía argentina cada vez más cara en dólares.
Los envíos automáticos de fondos nacionales a Corrientes registraron una caída real del 7,2% entre enero y mayo, comparado con igual período de 2023. Gobernadores expresaron su preocupación por el impacto de la merma en la coparticipación, sobre todo por la baja recaudación de Ganancias e IVA, y mantuvieron reuniones con el Gobierno nacional para exigir respuestas.