La administración libertaria sumó un capítulo
bochornoso a su prontuario político. El juez civil y comercial Alejandro
Maraniello —denunciado por acoso y abuso en al menos cinco causas— se prestó al
operativo de encubrimiento de la Casa Rosada: dictó una cautelar que prohíbe
difundir los audios de Karina Milei grabados en la mismísima Casa de Gobierno.
Una medida que no solo es absurda en lo jurídico, sino que consagra la censura
previa, ese mecanismo que la democracia argentina creía enterrado junto con los
Falcon verdes.
El constitucionalista Damián Loretti fue
contundente: “No hay antecedentes de algo así en la jurisprudencia argentina”.
Andrés Gil Domínguez agregó que la censura previa es incompatible con la
libertad de expresión y que una cautelar sin plazo ni sujeto pasivo
directamente anula el derecho a estar informado. En otras palabras: un
mamarracho judicial, a la medida de Karina y sus socios.
El gobierno de Milei no se ocupa de aclarar las
coimas en Discapacidad ni las internas familiares que estallaron en audios.
Prefiere un juez obediente que, en lugar de velar por la Constitución, se
aferra a una medida ridícula que ni siquiera define a quién alcanza ni por
cuánto tiempo. Y como guinda del pastel, se pretende que Enacom controle medios
gráficos y redes sociales, algo que excede por completo sus competencias.
Los antecedentes de censura en Argentina son
escasos y siempre vergonzosos: desde el intento de Servini de Cubría de frenar
a Tato Bores en los noventa hasta el patético recuerdo de Nixon intentando
ocultar los papeles del Pentágono. Hoy, Milei y su hermana se suman al podio de
los gobiernos que creen que silenciando periodistas van a borrar la corrupción
que los devora.
En definitiva, la justicia libertaria inventó una
fórmula inédita: un juez con prontuario que dicta un fallo sin ley, sin plazo y
sin sujeto. La libertad de expresión queda secuestrada y los audios, que son de
interés público, quedan bajo llave. Pero la historia enseña que ninguna mordaza
aguanta mucho tiempo: la verdad siempre termina filtrándose, incluso si la
orden viene de Karina, de Milei o de un juez desesperado por salvar su pellejo.