La ofensiva, considerada el mayor golpe en la historia del Comando
Vermelho desde su fundación en los años setenta, movilizó unidades del Bope, la
Policía Civil y la Militar. Según el secretario de Policía Civil, Felipe Curi,
se incautaron 118 armas y fueron detenidas 113 personas, además de registrarse
una importante pérdida de droga y armamento para la organización criminal.
El secretario de la Policía Militar, Marcelo Menezes, explicó que
la estrategia consistió en instalar un cordón de tropas de élite en la Serra da
Misericórdia, formando un “muro” en la vegetación que servía como ruta de
escape. “Nuestro objetivo principal era proteger a las personas de bien de la
comunidad. La mayor parte del enfrentamiento ocurrió en el área de mata”,
afirmó.
Mientras tanto, el gobernador Cláudio Castro reiteró que “las
únicas víctimas fueron los policías”, y rechazó las críticas del Gobierno
federal. Tras reunirse con gobernadores aliados de São Paulo, Minas Gerais,
Goiás y otros estados, sostuvo que “Río mostró un duro golpe contra la
criminalidad” y pidió “no politizar” la tragedia. “O se suman, o se van”,
declaró en respuesta a los cuestionamientos por el número de muertos y la falta
de coordinación nacional.
En los barrios del Alemão y la Penha, la realidad es otra. Vecinos
denunciaron la presencia de decenas de cuerpos trasladados por la comunidad
hacia la plaza São Lucas, mientras las morgues y el Instituto Médico Legal
trabajaban en la identificación de las víctimas. Organizaciones humanitarias
alertaron sobre posibles ejecuciones extrajudiciales y desapariciones.
A pesar de las escenas de guerra urbana, Castro insiste en que la
operación “marcará un nuevo momento” en la lucha contra el crimen organizado.
Sin embargo, en Río de Janeiro vuelve a resonar una pregunta amarga: ¿hasta qué
punto la guerra contra las facciones criminales justifica el precio humano que
se cobra en las favelas?






