Hubo un tiempo en
que una moneda de 25 o 50 centavos podía representar la gloria para un niño en
busca de golosinas o para un adulto que necesitaba completar el pasaje del
colectivo. Ese pequeño vuelto que quedaba tras un mandado era muchas veces un
tesoro familiar. Hoy, en medio de la inflación, las billeteras virtuales y los
billetes de alta denominación, las monedas quedaron relegadas a un rincón del
cajón… o de la historia.
Durante décadas,
el uso de monedas fue parte inseparable de la vida cotidiana en Argentina.
Permitían comprar desde una medialuna hasta un kilo de arroz. Se acumulaban en
alcancías caseras, hechas con latas o botellas, esperando ser rotas en una
especie de ritual doméstico para darse un gusto o afrontar una emergencia.
Con el paso del
tiempo, las monedas ganaron un protagonismo inesperado en Corrientes y muchas
ciudades argentinas a partir de 2007, cuando el sistema de pago en el
transporte urbano pasó de la tradicional boletera a las máquinas expendedoras.
La necesidad de juntar monedas se volvió casi una cruzada urbana: las de 10, 25
o 50 centavos se convirtieron en piezas codiciadas. Muchos las atesoraban como
si fueran oro. Recibir un caramelo como vuelto llegó incluso a provocar enojos,
y las discusiones eran frecuentes en kioscos y almacenes.
La llegada del
sistema SUBE en 2016 marcó un punto de inflexión. La tarjeta
electrónica desplazó por completo a las monedas como forma de pago en el
transporte público. Pero el ocaso de las monedas no se debió sólo a la
tecnología: fue la inflación la que terminó de condenarlas.
Hoy, ni siquiera la moneda de $10 —la de mayor denominación—
alcanza para comprar un caramelo.
Actualmente, según
datos oficiales, circulan monedas por más de $8.982 millones,
aunque en la práctica su uso es prácticamente nulo. La pérdida de poder
adquisitivo es tal que billetes como los de $2 y $5 ya fueron retirados de
circulación, y el de $10 ha comenzado a correr la misma suerte que alguna vez
vivieron las monedas de 10 centavos: la indiferencia.
En paralelo, el
auge de billeteras virtuales, pagos QR y transferencias
inmediatas terminó de desplazar al efectivo chico de la vida diaria. Hoy es
habitual pagar con el celular hasta un litro de leche o una bolsa de pan. Y en
este nuevo paisaje financiero, las monedas resultan obsoletas.
Incluso se ha
generado en los últimos años un mercado ilegal de compra y
fundición de monedas, ya que su valor como metal excede muchas veces su valor
nominal. Mientras tanto, el país avanza hacia billetes de mayor denominación:
$2.000, $10.000 y hasta $20.000.
Así, entre la
nostalgia y la modernidad, las monedas van quedando atrás. Fueron protagonistas
de meriendas, compras mínimas y pequeños logros diarios. Hoy, si bien siguen
teniendo valor legal, en los hechos ya no forman parte del presente
económico. La historia las recordará como símbolo de una época más
tangible, donde hasta un simple vuelto podía traer alegría.