La docente correntina Mónica Ponce lleva más de
veinte años enfrentando un desafío que pocos estarían dispuestos a asumir: cada
semana viaja desde Monte Caseros hasta Colonia Yeruá, en el Departamento
Concordia, para cumplir con su vocación de enseñar. Lo hace combinando
colectivos, tramos a dedo y hasta caminatas de varios kilómetros para llegar a
tiempo a la pequeña Escuela Nº 68 “María Elena Walsh”, donde desde 2022 es
titular.
Se trata de una institución rural de personal único
con apenas seis alumnos: tres en nivel inicial, dos en cuarto grado y uno en
quinto. “La ruralidad me gusta y tengo el acompañamiento de toda la comunidad.
Aunque estoy lejos de mi familia, me siento contenida por la gente de acá.
Siempre trabajamos para el bien de los niños, nuestro tesoro más preciado”,
contó la maestra en diálogo con Diario Río Uruguay.
Su rutina está marcada por madrugones y largas
esperas en la ruta. “Me paro a hacer dedo a las 5 de la mañana. A veces el
viaje se extiende a 230 km, según por dónde vaya, y en ocasiones camino hasta
10 km para llegar a la escuela”, relató. Muchas veces se queda toda la semana
en la institución y regresa recién los viernes a Monte Caseros, donde cuida a
su madre y a su hermana con discapacidad motriz.
Además de enseñar, Ponce asume tareas extra como
limpiar, cocinar o gestionar materiales, con el mismo entusiasmo de siempre.
“Estoy agradecida por tener un empleo. Hago todo con gusto porque los chicos lo
merecen”, aseguró.
El ejemplo de esta maestra pone en evidencia el
sacrificio silencioso de cientos de docentes rurales que sostienen la educación
en las comunidades más alejadas, muchas veces a costa de su propio esfuerzo
personal.