Francisco de Goya
pintó hace dos siglos El cantor ciego. No
imaginaba que, doscientos años después, un presidente argentino haría de esa
imagen un espejo perfecto de su tiempo. Javier Milei canta a ciegas, desafinado
y sin partitura, mientras el país se hunde entre el ruido del show y el
silencio del hambre.
Hay algo grotesco en ver a un mandatario disfrazado de
estrella de rock mientras la economía se desangra. Más grotesco aún cuando lo
hace llamando “milagro” a una recesión que pulverizó salarios, cerró fábricas y
dejó a miles sin rumbo. The Economist y The Guardian lo señalaron con ironía
británica: un líder que confunde euforia con gestión, histeria con política.
El supuesto milagro argentino se parece demasiado a
una vieja pesadilla: devaluación, endeudamiento, fuga y promesas vacías.
Cambian los nombres, no los resultados. Detrás de la retórica libertaria se
esconden los mismos fondos buitre, las mismas consultoras y los mismos
apellidos que en 2001 o 2018 empujaron al país al abismo.
Mientras tanto, los escándalos se acumulan como capas
de óxido: el diputado Espert, el narco Machado, los vínculos con Macri, las
coimas en la Agencia de Discapacidad, la hermana presidencial en el centro del
huracán. Todo suena a déjà vu, pero con un tono más cínico. El Gobierno se
presenta como cruzado contra “la casta” mientras reparte contratos y
privilegios entre amigos, traders y lobistas.
Milei prometió dinamitar la política, pero solo logró
dinamitar la vergüenza. Se proclamó profeta de la libertad, pero gobierna con
el látigo del FMI y la sumisión a Washington. Convierte cada crítica en un
enemigo, cada mentira en dogma, cada micrófono en púlpito.
No hay milagro. Hay un país
exhausto, un pueblo con la heladera vacía y un poder que canta sin ver, sin oír
y sin pensar. El canto ciego de Milei es, en el fondo, el eco triste de una
Argentina que alguna vez soñó con la razón y hoy se resigna al ruido.
Nota: El contenido de esta
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